Silencio.
Nada más que silencio.
Era lo único que quedaba en aquella habitación.
“Te quiero.”
Sus últimas palabras se desvanecían en el aire, se desvanecían como mis silenciosas lágrimas.
Nada quedaba ya de él, nada de aquel que había sido mi amor.
Los recuerdos me invadieron de repente, todos a la vez, como pequeñas avalanchas.
Nuestras últimas caricias entremezcladas con el primer beso, aquellas noches en vela en las que nos lo confesábamos todo, en las que una mirada valía más que mil palabras…
Todo mezclado en un vaivén de emociones, carcajadas con sollozos, sonrisas con lágrimas, una vida entera ante mis ojos.
Aquellos años que lo habían sido todo para mí partidos a la mitad, rotos para siempre.
Sus ojos azules habían perdido ya toda su luz, aquella luz con la que siempre me miraba, aquella luz que me hacía reír y llorar de emoción. Decidí cerrárselos, quería dejarle dormir. Al fin de al cabo, necesitaba descansar después de todo aquello…
Su piel de seda quedaba inerte, aún con las marcadas huellas de mis dedos, que tan incansablemente la habían acariciado pidiendo más, más y más..
“Estoy poseída por el fuego que has prendido”, me repetía una y otra vez, incesantemente, cada vez que estaba o pensaba en él.
Cada vez que lo hacía, cada vez que se acercaba, las llamas se reavivaban, despertando a mi verdadero yo.
Despertando a una criatura desesperada, desesperada por obtener más, posesiva y ansiosa.
Sólo él conocía a esa criatura que yo contenía, esa criatura diabólica y angelical al mismo tiempo.
Comencé a acariciar sus mejillas muertas
¿Cómo podría sobrevivir?
Llevaba haciéndome esa pregunta más de 6 meses.
Si ya me ponía histérica cuando se ausentaba 10 minutos, ¿qué pasaría ahora, que se había ido para siempre?
¿Qué haría?
¿Saldría de la habitación, llorando desconsoladamente, anunciando su prematura muerte, o simplemente esperaría hasta que entraran a ver qué pasaba?
Finalmente, me decanté por la segunda opción. Quería disfrutar de mis últimos minutos junto a él, aunque supiera perfectamente que nunca volvería a sentirme como cuando estaba con él.
Aunque…
Claro… Había una solución. Llevaba pensando en ello desde que conseguí asumir que algún día se iría, pero nunca lo había hecho en profundidad.
Estaba demasiado ocupada disfrutando lo último que me quedaba de él.
Pero había llegado el momento.
El momento de tomar la decisión.
Pensé en lo que dejaba… Y en lo que ganaba.
Y todo resultó a mi favor.
Abrí el cajón de mi mesita de noche, y saqué los somníferos que llevaba usando desde que me enteré de su enfermedad.
Algunas noches era preferible pasarlas en el maravilloso mundo de los sueños.
Con cuidado, me eché sobre la cama, a su lado: el lado que me correspondía.
Puse mi cabeza sobre su pecho frío, enlacé mi mano con la suya.
Abrí el bote.
No recuerdo cuantas cogí, si 5, si 6.
Sólo recuerdo que me las tragué todas a la vez.
Todo empezó a darme vueltas.
El contorno de sus ojos empezó a parecerme borroso, y su azul cielo se convirtió en un torbellino.
Cerré los ojos, quería mantener su imagen perfecta en mi cabeza.
Pensé en los momentos que había vivido junto a él.
Con una sonrisa en los labios, me dejé llevar por aquella sensación que me llamaba.
Dalià♥
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