sábado, 17 de diciembre de 2011

El tiempo perdido

-¿Te casarás con ella?

Matías la miró, sorprendido e incómodo al mismo tiempo por la pregunta. Isabel mantenía la vista fija en el horizonte, impasible.
El joven había estado temiendo aquel momento desde el día en el que, por vía indirecta (él había sido demasiado cobarde para decírselo a la cara), su antigua prometida se había enterado de que había estado cortejando a otra mujer.

-Isabel…
-No quiero que me des excusas. Sí, o no.
-Isabel, yo te quiero. Pero…-intentó coger su mano, pero esta la apartó bruscamente, sin dejar de mirar hacia adelante.
-Sí o no.

Matías resopló, y apoyó las manos en la valla de hierro.
-Sí. En Abril.

Isabel tragó saliva, y haciendo un gesto extraño, como si se armara de valor, volvió la cabeza. Tenía los ojos humedecidos.
-¿La quieres?-preguntó, frunciendo mucho los labios, como intentando no llorar.
-Sabes que no.
Isabel Martín le lanzó una significativa mirada, medio furiosa, medio decepcionada, y suspiró.
-Y tú sabes que eso es lo peor que puedes decir. Para ella, para ti y para mí.

Le retiró la mirada, no podía soportarlo más.
Aunque bien era cierto que había conseguido escapar del efecto de su mirada hacía ya mucho tiempo. Los desengaños y las mentiras de Matías habían hecho despertar a la joven Isabel de su sueño, en el que ella y su futuro marida vivían felices hasta el final de sus días. Había dejado de creer en él hacía ya demasiado tiempo, hacía ya demasiadas lágrimas.
Pero, después de todo… Le seguía amando. Y se sentía la mujer más estúpida del mundo por ello.

-Isabel, tú y yo no hubiésemos acabado bien juntos. Sin el favor de mi padre, sin dinero… Nuestra vida y la de nuestros hijos hubiese sido miserable. Ni siquiera el amor…
-Mis padres no han tenido dinero en toda su vida. Tuvieron tres hijas, y se sacrificaron por ellas hasta el punto de pasar días sin comer para que ellas tuvieran algo que llevarse a la boca. Y, ¿sabes una cosa? Sus hijas salieron adelante; yo salí adelante. Y jamás vi en nuestra familia una mínima señal de infelicidad.
Matías no respondió.

-No creas que soy tan tonta, Matías. – prosiguió, con el tono más racional y frío que podía conseguir -Sé que si te casas con ella es porque tiene dinero; tiene mucho dinero. Por el amor de Dios, su padre es conde, o marqués, o… ¡Oh, qué se yo!
Sacudió la cabeza, furiosa.
-Parece mentira que no me conozcas. Aunque, a decir verdad, hay tantas cosas que parecen mentira…-dijo, más para sí misma que para su acompañante.
El joven seguía sin responder.

-No todo está perdido, aunque tú lo creas así.-dijo, finalmente- Aunque yo me case con ella, podemos seguir viéndonos, te enviaría una nota de vez en cuando para…
-¿Qué?-le cortó ella, mirándole con los ojos de color miel muy abiertos, y alzando la voz a cada palabra-¿Me estás diciendo, Matías…que sea tu querida?
-No lo digas así, por el amor de Dios. Suena de una manera horrible.
-¡Suena como tiene que sonar!-sus mejillas comenzaron a enrojecer de rabia-¿Acaso has tenido la valentía de creer que yo iba a…? ¿Que yo iba a…?

Se quedó con la boca abierta, tratando de articular alguna palabra, pero sin conseguirlo por la indignación. Reaccionó, le pegó una bofetada. Volvió la cabeza.
-No alargaré más esto, no innecesariamente. El tiempo es oro. Ojalá pudiera recuperar el perdido junto a ti. – dijo, con lágrimas más que evidentes cayendo de sus ojos-Espero que hagas muy feliz a Eugenia, se lo merece. En cambio, tú…

Resopló, y respiró hondo, tratando de tranquilizarse.

-Mi tren llegará en unos minutos. Buenos días, Matías.

Isabel se secó las lágrimas (que no cesaban de caer) con un pañuelo de tela, y tomó la escalera que llevaba hacia el andén número nueve, su andén.

Caminaba con paso firme y rápido, resistiéndose a mirar atrás, resistiéndose por última vez a los encantos de Matías. Él grito, intentando convencerla con su voz de terciopelo.

-Isabel. ¡Isabel!

No quiso correr detrás de ella, no hubiera sido demasiado conveniente armar escándalo en la estación, estando Eugenia, su actual prometida, a punto de llegar de Madrid.
Se quedó en la valla, observando cómo Isabel se subía al tren que la llevaría lejos de allí. Lejos de su vida, por la que tanto había luchado. Lejos de él, que, ahora se daba cuenta, tanto daño le había hecho.

Lejos del lugar en el que había perdido todo su tiempo, imaginando una vida al lado de un hombre que, por mucho que lo intentara, nunca la merecería.


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Dalià♥
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